Mi abuelo. Ese hombre que monta en bici porque la
circulación de sus piernas no le permiten caminar ni tanto ni tan lejos como le
gustaría. Ese hombre encorvado que visita a su mujer todos los días, aunque
ella ya no le reconozca. Ese hombre que me enseña sus rudas manos al gesticular;
manos que son testigos de 88 años de trabajo, que hoy en día siguen sin parar.
Y allí, frente a mi despistada abuela, habla de sus tiempos
de mili o de la economía actual, con una memoria impecable y una sensatez digna
de admirar.
Tiene sus miedos, le tiembla la voz y se le empañan los ojos
si piensa en ellos; pero con una fortaleza sobrenatural de la que ha estado
siempre dotado, trata siempre de disimularlo.
A mí me pregunta a veces cómo se tiene que cuidar. Yo, para
que esté orgulloso le digo "así y asá", pero para mis adentros sé que
es mi ejemplo con el que intento cuidar a los demás.