domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad


Hacía frío, pero por más que el pequeño Juan miraba por la ventana, no caía ni un mísero copo de nieve. Aburrido de las vistas, se encaminó hacia el salón de la casa de la abuela, donde ésta estaba colocando las últimas figuritas del Belén a pocos días de Navidad. 

Portal de belén con depresores linguales
A sus 6 años de edad y estando en primero de catequesis, la abuela consideró que Juan debía ser quien colocara la figurita del Niño Jesús. -¿Es la figurita más importante, abuela?- Le preguntó Juan orgulloso. -Claro, pues él es quien nos cuida a todos.- Le respondió la mujer.

Llegó la noche del 24 de diciembre y con ella toda la familia a casa de la abuela. Sin embargo, la cena se tuvo que suspender. La abuela de Juan cayó enferma y se encamó con una fiebre muy alta y una tos que sólo el escucharla hacía estremecer. Acostaron a Juan después de avisar al Doctor para que acudiese a casa a valorar a la abuela.  

A Juan, metido en su camita y con la luz apagada, una idea le rondaba la cabeza. A oscuras, se deslizó por el colchón y una vez en el suelo, a hurtadillas, llegó al salón. Allí, frente al Belén, estiró su pequeño brazo y a tientas, encontró lo que buscaba: El Niño Jesús, que a todos nos cuida. Eso era lo que la abuela necesitaba para recuperarse y él se lo iba a llevar.  Pero por desgracia, rodeado de tanta oscuridad, el pequeño tropezó y la figura salió despedida, haciéndose añicos al caer. Raudo, buscó los pedacitos y mientras los reunía, escuchó el timbre de la puerta de casa. 

El Doctor, que por edad debía ser Residente, entró en la casa y se dirigió a la habitación de la abuela. Le hizo una serie de preguntas, alguna algo desagradable (como cuál era el color del esputo), la auscultó y le dejó una receta. Se despidió con una sonrisa y justo antes de salir por la puerta de la casa, se detuvo. Sentado en el suelo, delante de la puerta estaba Juan, con su Niño Jesús hecho añicos entre sus manitas. Se había quedado dormido esperando al doctor, para que curase a la figurita. 

A la mañana siguiente, Juan se despertó en su cama con un beso sonoro de la abuela, que ya se había recuperado. La mujer sonrió y sacando del bolsillo de su bata un Niño Jesús remendado, se lo dejó entre las manos. -Corre. - le dijo a Juan. -Ve a llevarlo de nuevo al Belén para que siga cuidando de todos.


A todos los médicos que hacen guardias estos días,
a todas las personas que en estas fechas caen malitas,
y a todos los niños que con su ilusión nos motivan y alegran.


¡FELIZ NAVIDAD!

martes, 1 de diciembre de 2015

MIR-EVOLUCIÓN en 10 pasos


LA EVOLUCIÓN DE UN MIR


Apenas me quedan unos meses para acabar la residencia. Mirando hacia atrás, hacia mis primeros días de residente... me veo con la carita confusa típica del R1,  esa que dice "no me atrevo ni a prescribir un paracetamol" y que se siente cobijada bajo la bata (hablando en términos médicos) de los R mayores en las interminables noches de guardia. Sin embargo, con la vista apuntando al presente, veo cómo esa carita ha tenido que espabilar, a lo largo del tiempo, llegando a ser ella (¡Ay madre!) la que ahora resguarda a los R pequeños.

Pensando en cómo ha surgido esa transformación, me he dado cuenta de que existen una serie de fases o estados por las que, no solo yo, sino (casi) todos los residentes vamos pasando a medida que crecemos de R, sucediéndose casi de forma cronológica...

1. Timidez. La primera vez que un residente tiene pacientes a su cargo es en la urgencia. Se trata de un tierno R1, al que todavía el deseo de salvar el mundo le corre por las venas, pero no sabe ni cómo comenzar la entrevista clínica. ¿Y si se da cuenta que es la primera vez que lo hago? 

2. Confusión. El todavía tierno R1 después de unos cuantos pacientes lo ve todo muy negro; muchísimos motivos de consulta que incluyen dolores rarísimos en lugares de la anatomía humana que él desconocía que existían. ¿Pero dónde hay un Harrison que hable de cómo afrontar las enfermedades de esta pobre gente? ¡¡Estos dolores tan extravagantes sólo podrán pertenecer a enfermedades raras o nuevas!! Y entonces, horrorizados creen que no se han actualizado lo suficiente y... ¡¡quizas no sepan atenderles como se merecen!!

3. Entendimiento. El R1, a estas alturas no-tan-tierno, va descubriendo que los dolores extravagantes no forman parte de enfermedades raras, sino que suelen ser dolencias comunes de enfermedades (¡¡menos mal!!) banales, pero con umbral y localización persona-dependiente.

4. Agobio. Cuando el R1 pasa a R2, empieza a comprender que hay demasiados pacientes y que ¡¡SON ALGO IMPACIENTES!!, por lo que comienzan a desarrollar su capacidad de resolver casos en tiempo récord.

5. Incertidumbre. El R2, camino de R3, se enfrenta a la incertidumbre (Y si?? O si...??) que a veces en medicina, ante un diagnóstico, hay que asumir (¿Quién dijo miedo?).

6. Disgusto. El R3 aunque entrenado en resolver situaciones de tensión por carga asistencial, tiene que aprender a lidiar con las primeras amenazas que a veces llegan en forma de reclamación (escrita o a grito pelao').

7. Entusiasmo. El R3 ya maduro se siente ¡¡en la cresta de la ola!!. Con más responsabilidades, desenvolvimiento y confianza en sí mismo, ya entiende muchas cosas sobre enfermedades, sus técnicas diagnósticas y su manejo, por lo que,  comienza a disfrutar de lo que hace (aunque su cara de cansancio (o de eterno saliente) intente desmentirlo...).

8. Quemazón. Típico del R4 (ó R5 donde los haya) que ya están viendo el final de la residencia (a veces con panorama desolador) y además sufren con las interminables guardias (¿pero cuándo se acaban?), los pacientes a su cargo (que probablemente todavía le traten como el simpático estudiante en prácticas) y los innúmeros proyectos pendientes de acabar... que probablemente les persigan hasta la semana antes de terminar la residencia.

9. Pena. Cuando llega el momento en que el R4-R5, ya residente a término, echa la vista atrás y...Ohh!! Y le invade un tremendo sentimiento de nostalgia (al más puro estilo Estocolmo) que le hace echar de menos (Ojo!) hasta  las guardias.

10. Aventura. Ya eres A1 (médico adjunto de primer año). Y... ¿Ahora qué? Según está el mundo laboral... ¡que empiece la aventura!

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